Panzeri, dinámica de lo impensado
sábado, abril 28, 2007
La lectura de Burguesía y gangsterismo en el deporte me ofrendó dos cosas: una interminable serie de estornudos (soy alérgico a los libros viejos y a las hojas amarillentas) y un fugaz respeto a las figura de Dante Panzeri. No se me ocurre ningún periodista deportivo actual para trazar un paralelo. Su negatividad nos conduce a un mundo cerrado y pronto a desaparecer: el de los nostálgicos del amateurismo.
La resistencia a la escuela de Zubeldía, al "fútbol-espectáculo" propugnado por Alberto J. Armando en los '70, a la "prostitución" del jugador "que cobra premios hasta por salir a la cancha" y hasta a la existencia de los directores técnicos, da lugar a un simpático abecé del viejo periodismo, con un arduo "deber ser" y una carga de moral inhallable en nuestra postmodernidad de holdings en los que todos tienen que quedar bien con todos.
El armado del libro es desordenado aunque firme en lo que concierne al contenido. Convicciones que atacan como dos wines bien abiertos, encuentran sus propias sombras a pocas páginas de distancia. Como cuando asegura que "los slogans no arreglan el mundo. Al mundo solamente lo pueden arreglar quienes lo desarreglaron: los hombres y nadie más". Basta revisar los títulos de cada capítulo y no es raro toparse con un "El hombre que juega no puede jugar porque trabaja" o "Periodismo: culpable nunca compareciente". Las citas en latín para referirse al vergonzoso Rattin del mundial del '66 o la indignación por la moda de incluir psicólogos en los planteles lo pintan de cuerpo entero a Panzeri, mientras los rosqueros y los "amigos de todos" dominan la escena actual.
La resistencia a la escuela de Zubeldía, al "fútbol-espectáculo" propugnado por Alberto J. Armando en los '70, a la "prostitución" del jugador "que cobra premios hasta por salir a la cancha" y hasta a la existencia de los directores técnicos, da lugar a un simpático abecé del viejo periodismo, con un arduo "deber ser" y una carga de moral inhallable en nuestra postmodernidad de holdings en los que todos tienen que quedar bien con todos.
El armado del libro es desordenado aunque firme en lo que concierne al contenido. Convicciones que atacan como dos wines bien abiertos, encuentran sus propias sombras a pocas páginas de distancia. Como cuando asegura que "los slogans no arreglan el mundo. Al mundo solamente lo pueden arreglar quienes lo desarreglaron: los hombres y nadie más". Basta revisar los títulos de cada capítulo y no es raro toparse con un "El hombre que juega no puede jugar porque trabaja" o "Periodismo: culpable nunca compareciente". Las citas en latín para referirse al vergonzoso Rattin del mundial del '66 o la indignación por la moda de incluir psicólogos en los planteles lo pintan de cuerpo entero a Panzeri, mientras los rosqueros y los "amigos de todos" dominan la escena actual.