Crédito
El Banco Hipotecario Nacional envió -a mi antigua dirección- un sobre tamaño oficio con una carpeta llena de folletos, un contrato y una tarjeta de crédito con mi nombre completo impreso en relieve. Con sólo una firma y un llamado, podía habilitar mi nueva tarjeta al instante y realizar cualquier compra en cualquier comercio. El único inconveniente: jamás insinué apenas querer obtener los favores crediticios de esta entidad bancaria tan generosa. En algunas cosas conviene seguir a Marx y su evangelio de bolsillo, El 18 brumario: "Regalar y recibir prestado: a eso se limita la ciencia financiera del lumpenproletariado, lo mismo del distinguido del vulgar". Claro que mi voluntad mucho no importa. Mucho menos la manipulación de datos por la cual acceden a mi prontuario (dirección, nivel socio-económico, edad, etcétera). Y por más que haya destrozado, en el acto, el plástico obsequiado, la regla máxima de la economía alla americana continuará expandiéndose por todo el orbe: me endeudo, luego existo. Por ahora paso.