Sprint de lectura
Llegué a casa el viernes por la noche y me encontré con el departamento vacío, con Uma saltando sobre mí para anticiparme que iba a ser mi única compañía. Mi mujer se mudó -por el fin de semana- a su casa paterna, junto a mi hija, para facilitarme horas de estudio. A pura hamburguesa y café, hiberné en un dos ambientes sin sillón y casi sin luz natural donde la lectura se hace heroica. Seguramente los antiguos ermitaños contemplaron mi sacrificio desde algún lugar lejano y certificaron que, en la vida moderna, un fin de semana de locura es el canon cultural de la juventud: todo lo contrario se transforma en un aburrimiento indecible.