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Los ladrones de biromes están complotados tácitamente. Saben que su delito no los puede mandar en cana ni mucho menos, por lo tanto piden prestado, anotan un teléfono y se van, con la garantía de la impunidad a cuestas. En la oficina circula una suerte de ideal "comunitario" que crea la falsa ilusión de un compartimiento de bienes, por más que uno haya invertido un buen rato seleccionando el mejor trazo y el mejor precio de una lapicera. Pero los
distraídos (le podríamos echar la culpa a la sociedad, que nos enseña a apropiarnos de todo lo que sea posible) quiebran este ridículo "socialismo" y guardan en estos objetos en sus bolsos y carteras. Quién puede negar que, a partir de ese momento, el elemento en cuestión no les pertenece. El mero hecho de
tener los legitima. Mientras, el sufrido ex-poseedor consigue asiento en el colectivo - lo espera una hora de viaje, lectura y escritura-, revisa todos los recovecos de la mochila y se jura a sí mismo, silenciosamente, nunca más prestar la birome.
Escrito el martes, mayo 30, 2006 a las 2:48 p. m..