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Los escombros

es el blog de Diego Suarez: los límites desdibujados entre lo público y lo privado

Una historia vulgar

Doña Cacerolina Lagañín,
encumbrada en el trono de su plata,
estuvo a punto de llorar por fin,

y casi a punto de estirar la pata,
al saber que es posible gobernar
a Chile por el pueblo popular.

Para Cacerolina un maremoto
no le daría tanto descontento.
Esto de ver por todas partes rotos

le causaba un horrible sufrimiento:
«Aquel siútico es más que suficiente.»
«Después de todo es él nuestro sirviente

y al procer Viaux salvó con su dulzura.»
«El servirá de cepillo de dientes,
lo echaremos después a la basura».

Ahora lo importante es lo que pasa,
dijo Cacerolina Lagañín
y armada de una sartén salió de casa,

dispuesta a convertirlo en un violín
para pelear «contra rotos groseros
que son en Chile rotos extranjeros».

Doña Cacerolina, bien nutrida,
tuvo un pequeño asomo de desmayo
cuando encontró en la calle sólo viejas

que como ella sonaban sus sartenes.
Luego entre mil suspiros y sostenes
volvió a su poderío y su jardín,

doña Cacerolina Lagañín

dejó a cursis dernocratacrististas
peleando contra rotos comunistas
luego bailando el Vals Sobre las Olas

volviò a Las Condes con placer sincero

porque a la vuelta de las cacerolas,
pasó a los brazos de su jardinero
gastando bien su tiempo y su dinero.

(Pablo Neruda, Incitación al nixonicidio y alabanza de la revolución chilena, Ed. Grijalbo, Buenos Aires, 1974. A propósito de los cacerolazos, velas blumberistas y otras veleidades tan ruidosas como inconducentes de la clase media)