El primer día que fui a una cancha
Tenía 7 años. Mi viejo estacionó el Falcon rojo morisco sobre la calle Humboldt semi vacía. Lo recuerdo bien porque el paisaje en las adyacencias de Atlanta no ha cambiado en absoluto. Ya había empezado el segundo tiempo y por supuesto entramos gratis. Caminé lentamente por el playón que está detrás del arco de la calle Padilla y escruté, junto a mi padre, la tribuna popular visitante cubierta en un 70%.
Escalamos en una zona lateral casi hasta el límite, donde se expande ese cerco azul y amarillo de chapa visible desde Dorrego, allí donde pasan quinientas líneas de colectivos. Me di vuelta hacia el campo de juego y en ese momento comenzó la media hora más apasionante de mi vida futbolística: por primera vez el espectáculo total del fútbol me envolvía y me despojaba del individualismo infantil para volverme uno con la masa. Me costaba creerlo. Bochini arrastraba al equipo hacia mí, a fuerza de toques cortos y amagues lograba que vea más de cerca a Reinoso, Franco Navarro, el Gringo Giusti, el Loco Enrique (mi papá: "ése es Enrique, es un hijo de puta en serio, cuando juega contra el hermano siempre lo caga a patadas"). Independiente le ganó 1 a 0 al Deportivo Italiano con un gol de penal de Ingrao. Atajó Sergio Bernabé Vargas porque Islas descansaba luego de la fractura de tibia y peroné que le propinó Pajurek, del Racing cordobés. Tuvo algunas salidas en falso que me dejaron boquiabierto, aunque me pegó mucho más fuerte el mero hecho de estar en medio de la hinchada. Un paraguayo apellidado Cartamán, mediocre wing izquierdo, reemplazó a Barberón faltando muy poco para el final. Le tengo que agradecer por su penosa actuación: generó un groserísimo "Cartamán, la concha de tu madre" (emitido por un simpatizante pelilargo y en cuero) que me conmovió como nunca pudo hacerlo insulto alguno. Me di cuenta de que me faltaba mucho por aprender en esa vertiente del lenguaje. Y salí del estadio feliz, esperanzado, creyendo que Independiente podía consagrarse campeón e imaginando las puteadas que aún no conocía.
Escalamos en una zona lateral casi hasta el límite, donde se expande ese cerco azul y amarillo de chapa visible desde Dorrego, allí donde pasan quinientas líneas de colectivos. Me di vuelta hacia el campo de juego y en ese momento comenzó la media hora más apasionante de mi vida futbolística: por primera vez el espectáculo total del fútbol me envolvía y me despojaba del individualismo infantil para volverme uno con la masa. Me costaba creerlo. Bochini arrastraba al equipo hacia mí, a fuerza de toques cortos y amagues lograba que vea más de cerca a Reinoso, Franco Navarro, el Gringo Giusti, el Loco Enrique (mi papá: "ése es Enrique, es un hijo de puta en serio, cuando juega contra el hermano siempre lo caga a patadas"). Independiente le ganó 1 a 0 al Deportivo Italiano con un gol de penal de Ingrao. Atajó Sergio Bernabé Vargas porque Islas descansaba luego de la fractura de tibia y peroné que le propinó Pajurek, del Racing cordobés. Tuvo algunas salidas en falso que me dejaron boquiabierto, aunque me pegó mucho más fuerte el mero hecho de estar en medio de la hinchada. Un paraguayo apellidado Cartamán, mediocre wing izquierdo, reemplazó a Barberón faltando muy poco para el final. Le tengo que agradecer por su penosa actuación: generó un groserísimo "Cartamán, la concha de tu madre" (emitido por un simpatizante pelilargo y en cuero) que me conmovió como nunca pudo hacerlo insulto alguno. Me di cuenta de que me faltaba mucho por aprender en esa vertiente del lenguaje. Y salí del estadio feliz, esperanzado, creyendo que Independiente podía consagrarse campeón e imaginando las puteadas que aún no conocía.