Cada diciembre
Nunca llegaré a comprender por qué diciembre es, para muchos, el mes de todos los proyectos. Todo pasa en en la agonía de la temporada: los agasajos, las despedidas, los reencuentros con personas que no vemos jamás, las promesas de tenemos que vernos y qué te pasa que andás desaparecido, y no, qué sé yo, vamos a ver, los volantazos de carreras, las fútiles elucubraciones acerca del insondable destino, la más pura potencialidad en primer plano. El problema radica en la condensación de eventos. Después de haber rendido un final, soportado la fiesta de fin de año que organiza la empresa para la cual trabajo, llegar a dormir en el momento en que mi hija se despierta y volver al trabajo, no me queda otra opción que odiar este mes. Y ni quiero pensar en la navidad. Ya me lo recordará la calle, en unos minutos, a través de sus carteles inevitables.