En el 65
No puedo viajar en el primer asiento del colectivo, esa zona neutra del transporte automotor, destino de embarazadas, mujeres con bebés, viejos y discapacitados. Me pone incómodo. Me recuesto sobre la ventana repleta de molduras y cada rato me sobresalto, creyendo ver el arribo de un ciego con bastón blanco o de una anciana jorobadísima. Puras alucinaciones del culposo. Y ni hablar de leer. Todos los libros que llevo por si tengo tiempo descansan aún en la mochila, empapándose con el olor que emana la pizza desde el tupper agujereado. A través del espejo retrovisor del chofer veo un asiento que se desocupa: el que está elevado sobre el resto porque abajo está la rueda. Voy hacia ese mal menor.
Es conocida, Suárez, la existencia de una siniestra secta de viejas, embarazadas, fósiles y lisiados dedicada exclusivamente a subir a colectivos en el preciso momento en que uno se sienta en el primer asiento. Cómo se comunican entre ellos, cómo eligen a sus víctimas, qué oscuros propósitos los animan son interrogantes que siempre permanecerán en el más oscuro de los secretos.
por mariano, a las 1:53 a. m.
Lo de las viejas no tiene precio, se transforma casi en un espectáculo de la decadencia y la malicia. Algunas se arrojan, literalmente, sobre el asiento. ¿Cómo negarse a cedérselo?
por Suarez, a las 6:41 p. m.
Así empezaría El diario de la Guerra del Cerdo II.-Aníbal
por Anónimo, a las 3:18 p. m.
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