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Los escombros

es el blog de Diego Suarez: los límites desdibujados entre lo público y lo privado

Fiambre gourmet

Una de las excentricidades comerciales más notables de estos años kirchneristas es la nueva “ambientación” de las fiambrerías. Sí, las mismas a las que antes se ingresaba traspasando una cortina de tiritas de hule colorinches, las mismas que muchas veces funcionaban como polirrubro donde se podía comprar un cuarto de galletitas. Parece que la cuestión estética en este momento pesa más a la hora de pedir 100 gramos de jamón cocido el más barato por favor, y un kilo de muzzarella, ¿puede ser 50 gramos más?, bueno dale no importa. Ahora cunden las fiambrerías gourmet, con colores pastel en las paredes y empleados vestidos de punta en blanco. La sensación que intentan impregnar en los clientes es la de una experiencia de compra superadora donde todos los fiambres del mundo están a disposición para disfrutarlos cual si fuesen éxoticos manjares. Usan guantes para todo y sonríen sin mucho esfuerzo. Los carteles en la puerta copian el estilo minimalista de las boutiques palermitanas y si no fuera por los jamones colgados elegantemente sobre el mostrador, desde la calle apenas si se distingue qué venden estos negocios.
El más cercano a mi morada se llama “Francesco” y en una pizarra muy cool anuncia las ofertas del día. Hay suficientes frutas secas y finos chocolates en el camino a la caja como para gastarse todo el sueldo, olvidando las tímidas compras originarias de fiambrín o paleta sanguchera. Las nomenclaturas comunes son cursilerías como “La cabaña”, “El edén”, o alguna palabra en italiano, relegando a clásicos como “El salame atrevido”, “El chancho loco” o simplemente “Alfredo”, “Ricardo” (o en última instancia, los nombres de los hijos del fiambrero). Uno tiene un slogan donde toma cuerpo esta nueva tendencia: “fiambres + quesos + buenos momentos”…
Así como en el 2001 se multiplicaron los "todo suelto" de detergente, lavandina y demás productos químicos, probablemente estas fiambrerías boutique desaparezcan. Y tal vez comer una picada sea algo menos costoso y lejano para las pobres almas proletarizadas de Buenos Aires.