Reunión de madres
domingo, marzo 25, 2007
El género "reunión de padres" se mantiene, a lo largo de los años, en el mismo nivel de estupidez y patética exposición familiar con el cual ha sido identificado desde siempre como uno de los males de la escolarización. Escolarización por demás prematura (¿notaron que los chicos hacen todo cada vez más temprano?), avalada por los padres de sala de 3 que llenaron la biblioteca del jardín con sus murmuraciones constantes y sus preguntas ridículas. Las madres, por supuesto, eran mayoría, y lo hacían notar. Yo llegaba corriendo desde la prisión laboral y no estaba dispuesto, en modo alguno, a soportar el chismorroteo propio de la condición femenina en un ámbito cerrado y sin posibilidad de escapatoria. Pero tuve que ir.
La reunión, casi de consorcio, versaba sobre los talleres optativos disponibles. Apenas mencionaron la palabra "circo" o "murga", entendí que no tenía nada que hacer allí y que sólo debía esperar un poco para retirarme de la sala y disfrutar de la libertad. Pero ellas no lo quisieron así. Ellas impidieron que alguien dude de su maternidad. Se quejaron de todo: por qué este año no había natación, por qué al que elige el de los lunes y le tocan todos los feriados paga lo mismo, por qué el cuaderno de comunicaciones tiene que ser blanco, por qué títeres, por qué. Demostraron que lo que menos les importa es la educación: pelearon todos los precios como si se tratara de telas, mercadería al por mayor o productos importados de China. Se rieron de los chistes más banales y contaron experiencias personales desabridas y fuera de lugar. Yo me limité a tomarme la cabeza como aliciente al dolor que crecía y esperar, sólo esperar. En algún momento el pobre maestro (al que bombardearon con preguntas imposibles de responder, como ¿cuál es el curriculum del que da "murga" y dónde se formó? o cosas del estilo) musitó "última pregunta y nos vamos", para que el ataque de las señoras (cuando se transforman en madres, hasta las más jovenes pasan a ser "señoras") se vigorice. Yo tomé aire y me acerqué a la puerta. Al primer movimiento de la masa maternal, tomé el picaporte, salí al pasillo y juré no volver.
La reunión, casi de consorcio, versaba sobre los talleres optativos disponibles. Apenas mencionaron la palabra "circo" o "murga", entendí que no tenía nada que hacer allí y que sólo debía esperar un poco para retirarme de la sala y disfrutar de la libertad. Pero ellas no lo quisieron así. Ellas impidieron que alguien dude de su maternidad. Se quejaron de todo: por qué este año no había natación, por qué al que elige el de los lunes y le tocan todos los feriados paga lo mismo, por qué el cuaderno de comunicaciones tiene que ser blanco, por qué títeres, por qué. Demostraron que lo que menos les importa es la educación: pelearon todos los precios como si se tratara de telas, mercadería al por mayor o productos importados de China. Se rieron de los chistes más banales y contaron experiencias personales desabridas y fuera de lugar. Yo me limité a tomarme la cabeza como aliciente al dolor que crecía y esperar, sólo esperar. En algún momento el pobre maestro (al que bombardearon con preguntas imposibles de responder, como ¿cuál es el curriculum del que da "murga" y dónde se formó? o cosas del estilo) musitó "última pregunta y nos vamos", para que el ataque de las señoras (cuando se transforman en madres, hasta las más jovenes pasan a ser "señoras") se vigorice. Yo tomé aire y me acerqué a la puerta. Al primer movimiento de la masa maternal, tomé el picaporte, salí al pasillo y juré no volver.