Los productores de televisión eluden la paciencia y la inteligencia porque se mimetizan con el medio para el cual trabajan. Levantan el tubo del teléfono y llaman a cualquiera, para que nadie desconfíe de sus energías y predisposición al trabajo. Sus celulares suenan cincuenta veces por día, y de esas llamadas con suerte dos o tres resultan fructíferas, las demás sirven sólo para seguir estableciendo contactos infinitos. Suelen leer poco, más que nada diarios, y si lo hacen es para robar una nota, nunca por el placer de la lectura misma.
Los productores de televisión caminan apurados por los pasillos aunque no tengan nada para hacer. Maltratan a los camarógrafos y/o asistentes, creen que sus gustos equivalen a "lo que la gente quiere ver" y resucitan a
Doña Rosa en cada situación adversa. Hablan
en código, e intantan negociar con conceptos como el "prestigio", el rating o la fama para conseguir favores, canjes o entrevistas.
Los productores de televisión nunca dudan. Lavan sus culpas en consultorios psicoanalíticos y festejan todo, absolutamente todo, en selectos reductos de Palermo H. o Puerto Madero. Una gira constante cuyo sentido reside en no pensar nada, como cuando hacen zapping apelotonados en sus puffs y reciben mensajes de texto que contestan al día siguiente. Pérdonalos, Señor Televisor, porque no saben lo que hacen.