Nunca podremos dejar de insistir en la
constante tendencia a la simulación que genera la vida moderna, desde los albores del capitalismo hasta este presente cibernético. El hecho de vivir bajo la égida de
un sistema socio-económico que obliga a consumir para sobrevivir imprime, en los individuos, la necesidad de convertirse a sí mismos en productos
consumibles, aptos para agradar al otro cual si se tratase de una estrategia de marketing desarrollada por publicistas de última generación.
En aquel entrañable
Lazarillo de Tormes, el hidalgo que protegía al niño protagonista salía de su pocilga y pasaba largo rato apoyado sobre la puerta de calle, contemplando el movimiento de la incipiente y pujante burguesía mientras se limpiaba los dientes con una paja, sólo para simular haber comido cuando, en rigor, tenía más hambre que una rata. Esa puesta en escena no era inocente: era necesaria en la modernidad librecambista, y mucho más para alguien perteneciente al decadente orden feudal de la baja Edad Media.
En ese arco que va, entonces, desde el nacimiento de la acumulación de la riqueza a través del comercio hasta nuestros días, el correlato de esa simulación temprana se puede hallar en internet. Uno de los accesos más rápidos se consigue a través de
una página armada íntegramente con secretos: "Tu secreto". Un confesionario virtual donde se destacan, por ejemplo, el de un joven que apoya el celular en su oreja (cual si estuviese manteniendo una encumbrada e ineludible conversación) cada vez que pasa frente a una heladería de target ABC1, pero en realidad sólo controla el crédito restante. Un espacio que parece albergar una plétora de tonterías: lo son, sin embargo, construyen continuidades, testimonian lo inenarrable y ocupan el lugar de una literatura cada vez más autorreferencial y cada vez menos influyente.