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Los escombros

es el blog de Diego Suarez: los límites desdibujados entre lo público y lo privado

Bad influence

martes, febrero 27, 2007
La episteme alternativa de los '90 obturaba mi visión adolescente del campo musical y/o rockero al punto tal de haber ignorado casi todo lo que pasaba fuera de la escena. Apenas si se filtraba algo del mainstream local o del archivo paterno. Todo en mis oídos era Nirvana, Sonic Youth, Pixies y la herencia grunge -incluidas las continuidades más cercanas como Peligrosos Gorriones o El Otro Yo-. Pero un amigo vapuleaba su batería en una banda hardcore de Saavedra. Cuando ingresó al grupo, no conocía a nadie, así que a veces lo acompañaba a los primeros ensayos en una sala de Manuela Pedraza, o Tamborini. Así conocí a una decena de anónimos "chicos de la plaza", groupies masculinos de amplios bermudas fascinados por las fugaces texturas del hardcore californiano (aunque había más de una remera de Biohazard) y con skates bajo sus brazos. En cada ensayo no podía faltar el momento de riesgo que suscitaba un salvajísimo pogo (y obligado mosh) donde las consolas y los amplificadores tambaleaban asustando al bajista, próximo a ser aplastado por un Marshall más grande que él.
Un día tocaron un cover. Nunca acostumbraban a interpretar temas ajenos. Yo quedé encantado por la canción: averigüé, y alguien me soltó un "es de Fun People, los que antes se llamaban Anesthesia". A la semana ya había conseguido un cassette con una copia de muy mala calidad de ese primer disco, que sin embargo no resultó un obstáculo para que rápidamente me supiese de memoria sus 28 canciones.
La tapa del album llegó mucho después. La vi caminando por los pasillos de la galería Churba, en Cabildo y Juramento. Me parecía horrible. Pero ya iba a los recitales, le pasaba el cassette a todo el mundo, intentaba traducir las partes más oscuras (a nivel sintáctico) de las letras en inglés. Un inglés muy particular, decididamente malo, pero atractivo: si en las villas hablaran tal idioma, sonaría así, pensaba. La primera vez que los vi en vivo me pareció transitar la densidad de los sueños, porque nunca voy a olvidar a todos esos chicos y chicas con cara de desesperados cantando "no quiero sufrir en este mundo" en ese inglés mal pronunciado (marca Nekro) mientras sonaba "Dear", mi canción favorita por aquel entonces.
Hace unos días me encontré a este amigo, el que tocaba la bata. Deambulaba semi-alcoholizado entre el tibio público convocado por el recital de Pángaro & Baccarat. Y creo que coincidimos en el elogio de esos furiosos y devastadores hits de Fun People. Como así también lo hace uno de los uploaders de Stay Free, ese gran blog musical que cumplió un año (y lo festeja subiendo los discos que signaron las vidas de cada blogger).
Ahora ya es tarde. El cassette se lo llevó un pibe que me afanó el walkman, hace mucho, mientras escuchaba el lado B de Anesthesia. Lo tengo en MP3 y en compact, pero apenas si lo puedo escuchar. Enseguida me obligan a bajar el volumen.

The man machine

domingo, febrero 25, 2007
Con sus flecos rubios imanta a las cámaras, a las retinas de las plateístas, al director de la transmisión que enseguida poncha sus corridas inconducentes. Es vertical, pero nunca preferiría ser horizontal. Rebote local de la tendencia metrosexual que afecta al universo futbolístico europeo, arremete contra sus limitaciones desgañitándose a lo largo del carril derecho. Gastón Machín encarna mejor que nadie el mote peninsular de "carrilero" (y a propósito: cuántos pichichi, plantilla o vaselina que circulan en el periodismo vernáculo gracias al influjo de As o Marca). Como si hubiese sido programado por algún empresario especulador, en su juego maquínico no se pierde el tiempo con pisadas, amagues o cambios de frente: Machín está configurado para surcar el lateral derecho, jugar de marcador de punta, volante o wing y no permitirse la más mínima sorpresa ubicacional fuera de su corredor. La fibra de sus músculos se tensa en cada acción de juego al punto tal de extremar su flexibilidad varias veces en los partidos más importantes, abandonando los clásicos por lesiones y aparentando el recalentamiento de un motor sobreexigido en una carrera de Fórmula 1. Podría haber sido maratonista, o saltador de vallas. Algún día aprenderá a tirar un centro con destreza profesional. No importa, Europa lo espera de cualquier manera.

Cuando envolvía libros para regalo

viernes, febrero 16, 2007
Hace mucho que no recordaba el ambiente de librería, esas largas jornadas entre estantes y mesas a la caza del cliente desprevenido. En este blog de anécdotas atesoradas por un par de libreros, están casi todas esas sensaciones. La principal de ellas: a la gran mayoría de los clientes no les interesa leer. Por eso preguntan cualquier cosa, y se llevan cualquier cosa. Cierta vez, una chica de no más de 25 años me comentó: "Quiero hacerle un regalo a mi papá, que no le gustan los libros para nada, ¿qué me recomendás?" Y yo, guardián de las novedades de Emecé y Planeta y Sudamericana; armador de cajas de devoluciones donde todos los bodoques de las majors volvían a sus depósitos para después adornar las mesas de saldos en Corrientes; cancerbero de todos los "caminos" de Bucay (coloridos libritos codiciados por algunos cacos que llegaron a manotear un par y revenderlos en Parque Rivadavia); sonriente vendedor por las tardes y agitado cadete entre Galerna y Luongo por las mañanas; yo, debía sugerirle con una esmerada sonrisa "tal vez alguno sobre fútbol ¿le gusta el fútbol a tu papá? o quizás alguno de humor ¿qué te parece éste?" en vez de mandarla a la concha de su madre y decirle que se vaya a comprarle una remera.

Propiedad privada

martes, febrero 06, 2007
Aún guardo en los hombros el perfume
de mi hija que se durmió en el tren
mientras mirábamos el tejido urbano
desaparecer.

La estación es un concepto calculado
entre las sienes de los cartógrafos:
este terraplén árido se escapa
del mapa.

Nadie nos recibe.
Apenas un cartel y un nombre lejano
dentro de él.

Perseguimos la huella mientras ella
se despabila por el traqueteo
de mi paso desparejo.

Vamos despacio. Entorno los ojos
para leer los nombres de las quintas.
Nada veo, pero sobre unos despojos
alguien escribió un graffiti.

Nunca intervendría sobre paredes.
Y como buen iconoclasta, jamás
me entregaría al sinsabor semántico
de un tatuaje.

Es que la ruta se espesa y me sobra
el tiempo para pensar lo que quiera.
Verbigracia: un equipo del rojo
con los mejores que he visto.

(Islas; Clausen, Villaverde, Milito,
Enrique; Giusti, Marangoni, López,
Bochini; Agüero y Alfaro Moreno)

El vil approach de una cuatro por cuatro
rompe el encanto de la formación
ensoñada. Nos corremos hacia el pasto
y casi la zanja.

Sube el calor y nos gana la sed.
Mi hija, ya bien despierta, canturrea
”soy lo que quiero ser, soy una barbie girl”
porque trae la tele dentro suyo.

Ya en las puertas de la quinta vacía.
Tiro chapas para evitar el barro.
Paso y me meto como si fuera mía.